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Patrimonio Natural

Santuario Virgen de la Sierra

Santuario

Durante las campañas y expediciones de los reyes castellanos contra las posiciones musulmanas establecidas en el castillo de Consuegra, a finales del siglo XI, la ermita de Ntra. Sra. de la Sierra y el castillo de Villarrubia se encontraban emplazados en lo que suele denominarse como tierra de nadie, una zona caracterizada por un sistema de vida basado en el nomadismo de sus habitantes, sometidos a la ocupación musulmana y al paso incesante de las levas cristianas.

A partir del año 1100, en que don Enrique de Borgoña (cuñado de Alfonso VI) es derrotado en el castillo de Malagón, la comarca se convierte en un fuerte reducto almorávide. En 1113 y a lo largo de los años siguientes, se producen numerosas batallas en la vertiente sur de los Montes de Toledo, en lugares muy próximos al santuario. En 1136 tiene lugar la batalla entre el alcalde de Toledo, Rodrigo Fernández, y Texfín, caudillo almorávide que arrasaba los campos desde Andalucía de donde había partido. Según los cronistas musulmanes la batalla tuvo lugar en los Ojos del Guadiana (Foios Atia) y su resultado les fue favorable; por el contrario, los historiadores cristianos dicen haber vencido a sus enemigos en Almont (Santa María del Monte, situada al noroeste del actual término de Villarrubia, en su demarcación con Urda). Es, precisamente, en este lugar, donde se localiza la tradición oral (espúria y por tanto difícil de mantener dentro de los debidos límites objetivos) de que la Virgen de la Sierra no es otra que la primitiva imagen existente en el antiguo santuario, hoy en ruinas, y que fue trasladada por los moros en su retirada hacia el castillo de Villarrubia.

En 1147, lugares comprendidos en el término de Villarrubia son donados a la Orden de Monte Gaudio y de Monfranc para su repoblamiento y defensa, lo cual se vería legitimado por bula papal en el año 1180. Paradójicamente, un año más tarde, Alfonso VII hace donación a la Orden del Hospital de San Juan, en la persona de Rodrigo Rodríguez, del castillo de Consuegra con todos sus límites, entre los que se comprendían los términos de Daimiel y de Villarrubia. Las fechas de ambas donaciones resultan de capital importancia para la comprensión del carácter de los litigios que serían planteados con posterioridad por la posesión de la ermita. En 1157, poco después de la muerte de Alfonso VII, los caballeros de Monte Gaudio se ven obligados a abandonar la fortaleza de Calatrava además del castillo de Villarrubia, entre otros, ante la creciente presión almohade. De nuevo los territorios de los alrededores se ven sometidos al saqueo y al pillaje y, un año más tarde, en 1158, auspiciada por el fervor militante del abad de Fitero, Raimundo, nace la Orden de Calatrava, que se establece en una antigua fortaleza arrebatada a los musulmanes, de la que toma el nombre (Kalaat-Rawaah) castellanizado. En el año 1182, los calatravos constituidos ya en vanguardia del ejército cristiano avanzan y toman el castillo de Xufela, la Jacira musulmana, confluencia del Cigüela con el Guadiana, en el lugar conocido actualmente como Quinto de las Torres. En 1195, como consecuencia de la batalla de Alarcos se produce el derrumbamiento de esta línea defensiva y los musulmanes penetran en la sierra de la Calderina (al norte de Villarrubia), venciendo a las huestes cristianas en la sangrienta batalla de puerto Matanza.

Sin duda, como en otros lugares de la comarca, estos acontecimientos influyeron por su proximidad en la presencia del santuario y su sostenimiento a lo largo del tiempo. A raíz de la batalla de Las Navas, en 1212, la pujante Orden de Calatrava, procedió a' repoblar en medio de las hambrunas (1213 y 1219) el territorio bajo su control, trayendo para ello grandes levas de campesinos zamoranos y leoneses que establecía sobre villares antiguos. En 1221, Fernando III otorga todas las pertenencias de la Orden de Monte Gaudio de Monfranc, ya desaparecida, a la recién nacida de Calatrava y con ellas el castillo de Villarrubia, lo que sin duda contribuyó a fomentar el litigio con la Orden del Hospital de San Juan que, como se ha visto, se vio beneficiada anteriormente por la donación de Alfonso VII de algunos lugares de los términos de Villarrubia y de Daimiel, y cuyos hábitos exclusivamente repobladores comenzaban a verse desplazados por los más belicosos de la de Calatrava. En 1232, ambas Órdenes proceden a establecer la mojonera que en el futuro habría de dividir los términos de sus Campos. Aunque el nombre del santuario y su advocación no figuran en el escrito llamado de Concordia, son mencionados muchos lugares de la comarca conocidos hoy de sus habitantes (Xétar, Griñón, Lote, Renales) junto al de otros de pueblos ya desaparecidos como Milana -cercano a Xétar y Renales-; una Argamasilla, próxima a Daimiel, Ojos del Guadiana, Zua corta donde el Hospital quedó comprometido a construir molino, así como Orégano, en el valle del mismo nombre, y el Allozar, en el camino a Puerto Lápice. El topónimo conocido popularmente como Raya de Arenas de San Juan quedó latente en la memoria colectiva en recuerdo de aquella concordia de partición en que las dos Ordenes delimitaron la extensión de sus campos respectivos partiendo Villarrubia y Arenas "por soga e por medio".

La nominación genérica y por lo común indefinida, desde el punto de vista geográfico, de los lugares concedidos a cada cual, determinó la existencia de ciertos espacios de confrontación en que cada parte reclamaba el lugar para sí, revitalizando el carácter fronterizo y de continua tensión que tan frecuente debió ser en la zona durante lo más arriscado de la Reconquista, si bien habían cambiado sus contendientes y los medios utilizados para su adquisición, ya que resultaba ser una mera disputa interna entre Ordenes religiosas y los procedimientos se solventaban civilizadamente en los tribunales. Ello no evitó las fricciones propias de leñadores, colmeneros y pastores de las poblaciones establecidas en estos lugares, que de los montes y el veguerío se servían para su supervivencia. Así, los guardas de Xétar, encomienda de Calatrava, no cesaban de detener a los vecinos de Villarrubia que usurpaban su término, leñando y pastoreando, de tal modo que, cuando años más tarde, la villa fue vendida al Conde de Salinas por 120.000 ducados, para abastecer las guerras contra los turcos, la Orden de Calatrava, reclamó el santuario de la Virgen de la Sierra alegando que pertenecía al Villar de Xétar, ya en decadencia y al borde del despoblamiento.

Consecuencia de estas fricciones se producen los acontecimientos que tuvieron lugar el 7 de septiembre, día de romería, de 1554, descritos en la "Ejecutoria del pleito sobre los términos de Xétar e Villarrubia", y exhumados oportunamente en su día por Luis Villalobos en su libro sobre la ganadería de los toros jijones.

De dicho pleito se infiere la naturaleza reivindicativa que tendría entonces la romería, al reclamar los habitantes de Villarrubia una cierta independencia respecto del total del Campo de Calatrava, razón que explicaría el que a partir de ese momento el culto a Ntra. Sra. de la Sierra creciera favorecida por el contexto ya ultra y enardecido de la España barroca.

Es, pues, un acto de reafirmación territorial y simbólica, el que incrementa el fervor mariano que se extendería en los años siguientes, si bien no resulta un fruto alucinado del barroco, como ocurre con otros cultos de la provincia donde la creación de ermitas y santuarios sirvió a las Órdenes para excitar los ánimos de la población inmersa en la reconquista. Frente a aquéllas, episódicas, nacidas al calor patriótico y de exaltación colectiva contra la religión de los infieles, estaban ya otras cuyo culto se constataba desde la Edad Media y que el historiador Antonio Blázquez, en su clásico e imprescindible estudio sobre la provincia de Ciudad Real, publicado en 1898, otorga valor de autenticidad. Entre ellas figura la de Nuestra Señora de la Sierra, junto a la de Las Cruces, de Daimiel y la del Prado, en Ciudad Real. El mismo historiador advierte sobre la necesidad de mantenerse en los límites racionales y estrictos de la historia y no jugar con la fe sencilla de las gentes.

Francisco Gómez-Porro


Capilla "Virgen de la Sierra"

Joven y breve historia del último lugar de culto construido en Villarrubia de los Ojos.

Esta Capilla fue construida en el año 1972 por iniciativa del entonces Párroco de ésta localidad, D. Antonio Núñez Martínez, con la aprobación del Sr. Obispo de la Diócesis, Rdo. D. Juan Hervás y Benet. (q.e.p.d.).

Nos imaginamos que el único motivo que guió a los sacerdotes a construir la mencionada Capilla sería el de dotar a la zona del pueblo donde está ubicada, zona por entonces en continuo crecimiento, de un lugar de culto; ya que era la mas distante de la Parroquia.

Decimos que seria el único motivo que tuviesen, ya que como contrapartida, existía la circunstancia de que a partir del Concilio Vaticano II, todas las actividades de apostolado y de culto debían centrarse en torno a las Parroquias.

Además la falta de vocaciones sacerdotales iba proliferando, y en nuestro pueblo, como en todos, se vería reducido a corto plazo el número de sacerdotes con el que atender la demanda de pastoral y culto existente.

Acertado o no la idea de la construcción de la Copilla, dejamos claro que guió la buena voluntad.

La Capilla "Virgen de la Sierra" se construyó sobre un solar de 662 metros cuadrados, situado en la calle Cardenal Monescillo, 55. El edificio consta de 204 metros cuadrados, con la Sacristía al fondo que ocupa 20 metros cuadrados. Tiene patios de luces a derecha e izquierda con 32 y 52 metros cuadrados respectivamente, quedando en la parte Norte el resto de solar independientemente.

Las obras de construcción comenzaron el 10 de Julio de 1972, terminando el 18 de Noviembre del mismo año.

La Inauguración y Bendición se llevó a cabo el 28 de Marzo de 1973 con motivo de la Visita Pastoral del Sr. Obispo, Monseñor Hervás, a nuestro pueblo. Quedando abierta al culto al domingo siguiente.

Actualmente se celebra la Santa Misa todos los domingos a los 11 de la mañana. Es el único acto de culto que se celebra en esta Capilla.

Hipólito Medina.

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